
¿Acaso eres tu amor mio en forma de ave?...
Hoy es un día como cualquier otro, el sol se esta ocultando, el horizonte se torna rojizo, ese místico instante que antecede al anochecer, a la oscuridad, a la noche misma, a la hora de los sueños y fantasias, a la hora de encontrarse con los pensamientos puros, impuros, atrevidos y libidinosos... cuando los deseos pueden hacerse realidad...
Absorta en mis pensamientos, escucho unos leves golpes en mi ventana que me vuelven a la realidad, me levanto y me acerco lentamente y puedo distinguir a través del cristal de la ventana una silueta, me sobresalto y me detengo, siento temor, agudiso la vista tratando de reconocer quien estaba allí, me acerco un poco más... aquella silueta va dibujando un rostro bello, maravillosamente inconfundible para mi...
- Soy yo...
Sólo dos palabras que representa la grandeza de su presencia, de la luz que emana, de su poder...De mi garganta se escapa una exclamación de sorpresa, de felicidad, de pasión... apenas logro balbucear sumisamente inclinando la cabeza: amado mío...
- No temas, acercate más.
Trato de sonreir, sintiendo un electrizante estremecimiento por todo el cuerpo, me acerco hasta quedar a pocos centímetros de su rostro sin quitar la mirada, temo que sea sólo un sueño y se desvanezca su imagen.
También me sonríe, suspiro, levanta sus brazos por sobre la ventana y toma mi rostro entre sus manos, sus dedos son caricias que me recorren suavemente con ternura, cierro los ojos tratando de prolongar ese momento de fascinación, siento sus labios sobre los mios, en un largo y apasionado beso que continua por mi cuello hasta llegar a mis pechos enardecidos y palpitantes que me trasportan en un sin fin de sensaciones.
Me hace girar hasta quedar de espalda a El, junta su cabeza a la mía y me susurra al oido:
- Eres mía, no lo olvides, siempre estoy atento y vigilante, cuidando de ti mi hermosa Sara... pronto regresaré, ve a descansar...
Me dirijo lentamente hacia mi cama y me recuesto aún con la sensación de sus manos sobre mi, gozando de su sublime presencia, de su calor, tratando de prolongar este glorioso momento casi irreal hasta llegar a la inconciencia, casi al mismo instante en que escucho a través de mi ventana el canto del cuculi alejándose en la inmensidad de la noche.

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